Hace un par de días lloré de nuevo.

 

La leyenda del pianista en el Océano, tuvo la culpa. Es una película basada en la novela Novecento de Alessandro Baricco; cuenta la encantadora pero triste historia de cómo Danny, un fogonero del Virginia, un elegante trasatlántico de la época; encuentra a un niño abandonado sobre un piano en la mañana del día de Año Nuevo del año mil novecientos. Danny adopta al niño y lo bautiza con el nombre de “Novecento”.

Consigue mantenerlo oculto junto a las calderas durante ocho años, pero tras la muerte de Danny en un accidente, el niño empieza a moverse libremente por todo el buque.  Un día, por azar llega al salón de la cubierta de primera clase y se pone a tocar el piano, dejando quien lo escucha maravillado.

Es así cómo Novecento  muestra al mundo lo que siente, dentro de ese reducido mundo flotante en el que vive, y al que jamás se atrevió a abandonar.

 

La increíble banda sonora con la que cuenta esta película, una obra de Ennio Morricone; hace de ella algo realmente delicioso para disfrutar en momentos como el de este preciso instante. Cuando mi única compañía es el teclado y el sonido de mi propia respiración.
 

El momento en el que los juguetes permanecen inmóviles en su cesta, los lápices de colores están al abrigo de ser mordisquedos por alguna boca inquieta y en el rincón, delicadamente bailan suspendidas del techo las hojas de otoño del móvil de papel, llevadas por un aire invisible y caliente que las abraza y las hace girar de puntillas, desprendiendo suaves destellos de barniz amarillo y naranja.

 

Las últimas notas de Playing Love, llegan a su fín.  

 

 

 Hasta pronto…